lunes, 13 de abril de 2009

3. Breakfast

El agua le resbalaba fría por todo el cuerpo, y hacía que el pelo se le apelmazase en el cuello y en la frente. El flequillo le llegaba ya casi por los ojos, pero no era algo que le preocupase en absoluto, ya que nunca lo llevaba lacio. Alzó la cabeza y con las manos lo echó hacia atrás, eliminando así el ‘problema’.

“Ojalá todo fuese así de sencillo” pensó, sonriendo con cierta ironía.

Suspiró y cerró el grifo, quedándose unos segundos en la bañera, dándose el gusto de notar cómo las gotas de agua le lamían la piel al descender lentamente unas, más rápidamente otras, hacia los pies. Corrió las cortinas y salió, estirando la mano para alcanzar la toalla esponjosa y suave que utilizó para cubrirse.

Al dirigirse hacia la puerta se paró frente al espejo, observando su reflejo y frunciendo el ceño. Ya casi era imperceptible para los demás, pero él seguía viendo claramente la pequeña cicatriz que tenía en la base de la nariz, entre ceja y ceja, al igual que la que le atravesaba la barbilla de lado, tan diminuta como la punta de un lápiz, pero tan dolorosa al recuerdo que se hacía tremenda a sus ojos. Tampoco le gustaba la que se hundía en su brazo derecho, ni la que le deformaba un poco el ombligo, pero poco podía hacer ya. Formaban parte de él tanto como sus ojos o su piel, y no pensaba deshacerse de ellas.

Se revolvió el pelo de la nuca y posó la otra mano sobre el pomo, girándolo y adentrándose en su habitación tras apagar la luz del cuarto de baño. Su mirada se dirigió hacia la figura menuda y delgada que se revolvía bajo las sábanas, y la mueca del rostro se le relajó.

“Duerme como un lirón, que suerte” él ya se habría despertado con el jaleo del baño.

Anduvo hasta una de las puertas dobles de madera que flanqueaban la enorme cama de sábanas blancas que estaba en el centro de la habitación y las abrió con cuidado, quitándose la toalla y dejándola sobre la butaca negra que estaba junto a la pared. Abrió un pequeño cajón y sacó unos bóxers oscuros que no tardó en ponerse, enfundándose seguidamente unos pantalones negros de pata recta. Cogió una camisa blanca y se la puso, comenzando a abotonársela.

En ese momento miró de nuevo a la chica que yacía en su colchón y suspiró, sentándose en él y estirándose hacia ella.

-Qué desastre de mujer- murmuró.

Elisa estaba bocarriba, con la camisa del pijama muy abierta, hasta el ombligo casi, dejándole ver parcialmente uno de sus senos y el hombro, en el que había grabado una extraña marca que ya le había llamado la atención en su momento. Dos triángulos de bordes gruesos que parecían superpuestos con unas siglas en el centro: S.P.Q.R.

Paseó sus dedos por el tatuaje, delimitando sus bordes con suavidad; su mano se movió sola después, dirigiéndose hacia el pecho que estaba a la vista y repitiendo el proceso, sorprendiéndose un poco al encontrarse con que su piel era tan fina, suave y cálida. Cuando la había tratado no se había centrado en el tacto de su cuerpo; estaba demasiado ocupado en salvarle la vida.

“Casi parece una muñeca, inmaculada.”

Pero seguramente no lo era. De hecho ya no, porque había descubierto un par de cicatrices en brazos, piernas, y una de origen quirúrgico en el vientre, seguramente de una apendicitis o una peritonitis. Y tampoco creía que una joven como ella, mona, de buena figura y con unas piernas tan increíbles fuese todavía virgen.

Lo que sí le había parecido curioso por este simple hecho, fue el detalle de que, a pesar de que la había pegado una paliza bastante contundente, no la habían forzado.

Suspiró de nuevo y comenzó a ponerle bien la ropa, abotonándole la camisa y bajándole las mangas de la misma, que llevaba por el codo casi.

De pronto, su ceño se frunció, quedando muy poca separación entre sus cejas castañas, y empezó a agitarse en sueños, llegando a gemir y sollozar. Parecía asustada. Michael subió un poco en la cama, acercándose más a su rostro y comenzó a acariciárselo con el dorso de la mano, intentando apaciguarla y despertarla con suavidad. Por suerte, Elisa respondió bien a aquel contacto, y se fue calmando. Su respiración se normalizó, y sus párpados se fueron despegando poco a poco, centrando su ojo en el rostro de él, que la observaba algo preocupado.

-¿Michael?- su voz sonaba rota y confundida.

-El que viste y… bueno, ahora mismo no calzo. Pero sí, soy yo. ¿A quién esperabas encontrarte?

-No lo sé- se estremeció un poco y se encogió en la cama, centrando su mirada en las sábanas- y no sé si quiero saberlo.

-Sólo ha sido un sueño.

-Parecía muy real.

-¿Pesadilla?

-Tengo la impresión de que lo he vivido antes…- parecía no estar escuchando sus palabras- pero no sé...

-¿Un recuerdo? Y deja de pasar de mi- le recalcó, haciendo que volviese a mirarlo.

-Lo siento- se excusó mientras se sentaba- Estoy un poco confusa, eso es todo- giró el rostro hacia la cristalera, todavía cubierta por las cortinas rojas- ¿Ya es de día?

-Desde hace dos horas. Son las diez.

-Las diez- murmuró- ¿No tienes que trabajar?

-Hoy es sábado, Elisa.

-A lo mejor.

-Dios me libre. Dejé eso hace tiempo y no me arrepiento en absoluto- se estiró un poco y se levantó, llevándose las manos a la cintura- ¿Qué quieres de desayunar?

-Cualquier cosa estará bien, supongo. No puedo recordar qué me gusta y qué no- comentó con ironía.

-Como quieras. Dúchate si te apetece o lo que sea. Estaré abajo preparando ‘cualquier cosa’.

Entró en el cuarto de baño a por su peine y se marchó escaleras abajo sin siquiera ponerse calcetines o algún tipo de calzado. En la cama, Elisa se estremeció de nuevo, pero esta vez del frío que le entraba al pensar que estaba caminando sobre esas losas tan… negras y lisas sin nada que las protegiese de su temperatura, que no debía de ser precisamente la más alta del mundo.

Se echó hacia atrás el flequillo y se toqueteó el parche una vez más, a pesar de que Michael se había pasado todo el día anterior prohibiéndole que lo hiciese. Su ojo no iba mal, al parecer, y tenía mejor aspecto que cuando la había encontrado, aunque seguramente habría perdido algo de visión en él. De todos modos, no quería ni imaginarse cómo debía de haber estado días atrás, en aquel callejón.

Cuando su estómago le dio el primer aviso, decidió que sería mejor bajar a la cocina, así que se arrastró por las sábanas, cayendo sobre una mullida alfombra de color blanco y se puso las zapatillas que había cogido del armario más pequeño de los dos. Se había sorprendido al encontrarlo repleto de ropa femenina, al igual que los cajones y el zapatero, y se preguntaba si Michael estaba casado, o si al menos tenía novia y vivía con ella. Por si era lo contrario, había gastado parte de la noche en crear teorías muy interesantes que estaba dispuesta a exponerle.

Al bajar, se lo encontró dejando sobre un mantel de color perla un enorme bol de cereales y una jarra de cristal hasta arriba de leche, al lado de otra con el mismo contenido y junto a una de zumo de naranja. También había tostadas listas para ser untadas con mantequilla, mermelada o aceite; un par de paquetes de galletas, uno de chocolate y otro relleno de crema de limón; y un recipiente con algunas frutas; además de una cafetera que todavía echaba humo, los cubiertos y los platos, y el recipiente con el azúcar.

-¡Vaya! ¡Y yo que pensaba que me ibas a recibir con un rábano o algo así para desayunar!

Michael alzó una ceja y cogió el bol de cereales y una de las jarras con pretensiones de llevárselas de vuelta.

-¿Prefieres un rábano?

-¿Qué? ¡No! ¡No seas idiota!- se acercó a él y le quitó la jarra de las manos. Le exasperaba que le sacase una cabeza, a pesar de que ella también era bastante alta. Pero sobretodo odiaba que cada gesto que hiciese estuviese cargado de sensualidad. Hasta aquella tontería la había puesto nerviosa- Era una broma, cabeza hueca.

-Perdona si no entiendo tus bromas de tercer grado- dejó lo que había tomado y se sentó a la mesa- ¿Por qué no te has cambiado?

-No tengo ropa- comentó, tomando asiento frente a él.

-Tienes un armario lleno.

-¿Para mí?

-Para mí desde luego no es.

-Vaya por Dios, al garete mi teoría de la doble personalidad.

-¿Qué?

-Nada. ¿Qué haces entonces con un armario repleto de ropa femenina? ¿Tienes pareja o algo así?

Michael la miró con frialdad y se sirvió una taza de café muy negro, sin echarle nada de azúcar ni leche. Elisa le pareció que le pegaba mucho, tan amargo como él.

-A pesar de que no es en absoluto de tu incumbencia, te diré que no, no tengo pareja.

-Supongo que me incumbe un poco, en el caso de que podría estar poniéndome su ropa o durmiendo en su cama. O cohabitando con su chico.

-Pues no, puedes estar tranquila.

-¿Entonces?

-¿Entonces qué?- preguntó, hastiado, mientras tomaba una tostada y la untaba con mantequilla.

-¿Qué haces con ropa de mujer en tu casa?

-Eso sí ya no es de tu incumbencia. Come algo y cállate la boca de una vez, que das jaqueca.

Elisa bufó y cogió un tazón, echándose una buena cucharada de cereales, un poco de azúcar y un jarrazo de leche. Comenzó a comer con parsimonia, sintiendo que había echado de menos aquella sensación demasiado dulzona en la boca, y no pudo evitar sonreír de un modo bastante infantil. Se cruzó de piernas sobre la silla y terminó de desayunar bastante después que él a pesar de que su ingesta había sido bastante más copiosa. Luego se dedicó a recogerlo todo, excepto el paquete de galletas de chocolate, que fue retenido con la mano de la chica con bastante rapidez.

-Efhto mhe loh qwuedo.

Michael alzó una ceja e hizo fuerza para quitárselo.

-Lo siento, no hablo el idioma de los trasgos.

Tragó y le dio un toque certero en el brazo que le obligó a soltar el preciado recipiente.

-Dije que esto me lo quedo, guaperas- sonrió con suficiencia y se colocó las galletas en el regazo, bebiéndose la leche del bol y lamiéndose los labios- Esto, en cambio, te lo puedes quedar tú. Gracias.

Se lo dejó en las manos y se entretuvo en quitar el cierre y comenzar a comer. Michael suspiró, pensando que sólo le faltaban dos coletas y tener las mejillas rojas, además de estar sin ese parche en el ojo, y parecería una niña pequeña.

-Eres una cría.

-Y tú un borde idiota y de eso sólo tiene la culpa una persona.

-¿La sociedad?

-Dije persona, idiota.

-Entonces mi madre- comenzó a andar.

-Tercer intento- canturreó.

-¿Te divierten estas cosas?- preguntó cansadamente desde la cocina.

-Un poco. Tanto como a ti. Si no no me seguirías el juego.

-Touché.

Volvió a echarle un vistazo al salón mientras devoraba las galletas. Era todo tan impersonal, tan frío… vale que Michael no parecía un techado de alegrías y emociones, pero le parecía extraño que no hubiese nada que pudiese indicar mínimamente como era él.

“A parte de soso” pensó, mientras lo veía perderse de nuevo hacia la cocina doblando el mantel “Un soso tremendamente sexy, pero un soso” no pudo evitar enfocar sus ojos hacia su trasero y suspirar como una adolescente. No se reprochó mentalmente porque realmente no sabía si lo era.

-Termina de comer y vete a vestirte.

-¿Uhm? ¿Por qué?

-Porque vamos a ir a ver a un amigo mío, a ver si podemos averiguar algo más sobre ti.