sábado, 14 de marzo de 2009

2. Home

El viaje en coche fue tranquilo y sin que sucediese nada relevante. Michael se centró simplemente en conducir, y ella intentaba hilar cabos, pensamientos, cualquier mínimo recuerdo que la ayudase a recordar quién era, de donde venía o cómo había acabado allí.

Michael le había explicado que la había encontrado unos cinco días atrás en un callejón cercano al motel donde había despertado sin pertenencias, y que él mismo le había apurado las curas que tenía, por temor a que fuesen demasiado graves y se agravase su estado antes de llegar a cualquier hospital. Tras eso, se había dedicado a cuidarla, despertándola como podía de su inconsciencia para poder suministrarle algo de comer.

A parte de eso, poco más sabía. Un nombre le daba vueltas en la cabeza, pero ignoraba si era el suyo o el de alguien que conocía, por eso no le había dicho nada a su acompañante.

-¿Todavía no recuerdas nada?

-No.

-Pues de algún modo tengo que llamarte, no me voy a estar refiriendo siempre a ti como ‘tú’.

-Podrías.

-No te negaré que sería más fácil, pero tengo la mala costumbre de llamar a la gente por su nombre de pila.

Ella se movió en el asiento y se frotó las manos, moviendo la cabeza para echar hacia atrás la corta melena castaña. El flequillo le caía sobre el parche del ojo, y la venda de la frente había desaparecido.

-Hay un nombre… pero no sé si es mío o…

-¿Qué nombre?

-Elisa…

-Si no es tu nombre no pasa nada; cuando lo sepamos te llamaré por el tuyo. Mientras tanto, serás Elisa.

-Elisa…- repitió.

Giró la cabeza hacia la ventana, perdiendo su mirada a través de ella, centrándose en el barrio en el que se estaban adentrando. Estaba compuesto por casas unifamiliares, grandes, modernas, y sobretodo, caras. La gente que caminaba por las aceras vestía ropa bastante formal y que parecía de buena calidad, y las señoras que paseaban sus diminutos perritos no iban con chándal, como parecía ser lo normal, sino con tacones de cinco centímetros de colores chillones, con ropas apretadas y lo que parecía ser un kilo de maquillaje.

¿De verdad alguien con una apariencia tan estirada como Michael vivía allí?

-Mi casa es aquella- señaló, como leyendo sus pensamientos.

Estiró el cuello siguiendo el dedo, largo y fino, y se topó con una vivienda de dos plantas, negra, con un gran ventanal en la planta inferior en lo que debía ser el salón y otro en la superior, cubierta por una cortina roja. La puerta principal parecía de caoba, y la entrada era sencilla y carente de algún adorno.

Aparcaron dentro del recinto de la casa, bajo un techo de un cristal bastante grueso. Elisa bajó por su cuenta; tenía la pierna algo tocada, pero nada grave.

Michael la guió sin demasiado decoro hacia la casa, rebuscando las llaves en sus bolsillos y contándolas para topar con la de la cerradura de la entrada.

-¿Conducías hasta aquí todos los días?

-Me pasaba después del trabajo, que me pilla cerca.

-¿En qué trabajas?

-Soy investigador.

-¿Investigador y médico?- bromeó.

-Investigador pluriempleado, si eso le gusta más, señora.

-¿Qué clase de investigador?

-De los que investigan.

-Eso lo supongo, gracias. ¿Tienes que ser siempre tan borde?

-Sí.

-Pues qué bien.

-No te lo tomes como algo personal.

-Tranquilo- susurró- Una pregunta- el la miró de reojo- ¿por qué te has hecho cargo de mi si parece que te resulto una molestia?

-No es que me resulte una molestia. Además, simplemente no podía dejarte sola.

Al final atinó con la llave y abrió la puerta, estirándose para encender la luz y dejándola pasar hacia dentro. El hall y la entrada estaban fusionados en una sola habitación, adornada de una forma frugal. A penas había un par de cuadros por las paredes y poco más. Ni fotos, ni flores, ni adornos, ni nada que pudiese dar ningún atisbo sobre la vida de Michael.

El sofá y la pareja de butacones que había estaban tapizados en negro; la mesita de cristal que había frente a ellos estaba llena de revistas y mandos de los aparatos que flanqueaban la enorme pantalla de televisión de plasma que estaba en la pared. Al fondo, visible desde el exterior gracias a la cristalera, había una mesa y cinco sillas de madera negra; y tras estas había una pequeña ‘ventana’ que dejaba ver la cocina, a la que se accedía gracias a una puerta, cubierta por una cortinilla de cristales de color rojizo. Cerca de la entrada había una puerta cerrada, y entre ella y la cocina, estaba la escalera mediante la que se accedía al piso superior.

-¿Por qué no podías dejarme sola?- murmuró, mientras Michael se quitaba la gabardina y la colgaba en el perchero que había en la pared, visible sólo cuando se cerraba la entrada.

-Porque, por las cosas que delirabas, no parecías estar en la mejor de las situaciones- la empujó con cierta suavidad hacia el sofá mientras él se perdía en la cocina.

-¿Qué deliraba?- preguntó, siguiéndolo con la mirada hasta que desapareció y alargando el brazo bueno para coger una de las revistas, que era de ciencias.

-Cosas- reapareció con un par de cervezas, sentándose junto a ella y tendiéndole una- como si te persiguiesen o algo.

Elisa vaciló un poco antes de llevarse el botellín a los labios y dar un trago. Le sentó bastante bien. Estaba fría y le cayó al estómago como una ola, como si estuviese vacío, si bien había comido algo antes de salir del motel.

Miró de reojo a Michael, que se había quitado la chaqueta, se había sacado la camisa de los pantalones y se había abierto un par de botones, dejando ver un pecho firme y liso, casi sin vello.

-¿Todos los investigadores tienen casas como la tuya?

-Sólo los que tienen padres cirujanos dispuestos a pagarles una carrera que no les interesa.

-¿Has estudiado medicina?

-Y ejercido. Durante dos años. Pero lo dejé.

-¿Qué edad tienes?

-Treinta y dos.

-Por eso no me llevaste al hospital- se cruzó de piernas en el sofá y dio otro trago- porque no te hacía falta.

-Chica lista.

-Gracias…- suspiró- Yo ni siquiera recuerdo que edad tengo.

-No pareces muy mayor.

-Pero las apariencias engañan.

-Ya… Por cierto, puedes quedarte aquí, supongo, mientras no recuperas la memoria.

-¿No te importa tener una desconocida en casa?

-¿No te importa que un desconocido te ofrezca su casa?

Elisa sonrió. Empezaba a pillarle el gusto a aquel tono seco y desafiante.

-Pues como que importarme si me importa, pero no tengo una oferta mejor, así que.

-Pues entonces nada. Mi habitación está arriba. Dormirás allí. No te niegues ni nada por el estilo- se anticipó al verla reaccionar- porque es toda la planta de arriba. No tengo más cuartos. Por cierto, la ducha es la primera puerta a la derecha.

-Gracias por insinuar que huelo mal.

-Todo un placer- le sonrió- Pero eso no te hace perder tu encanto natural. Con todo y con eso, cuando quieras puedes ir. Luego te cambiaré el vendaje de la mano y le echaré un vistazo al ojo.

Elisa se terminó la bebida y se levantó, dirigiéndose muy digna hacia las escaleras, moviendo las caderas de más, asegurándose de que sus ojos verdes no dejaban de seguir las curvas de sus piernas largas. No era difícil ya que no llevaba pantalones, sólo una camisa suya que bien le servía como camiseta, debido a que su ropa había quedado en tan mal estado que había optado por tirarla después de revisarla en vano, ya que no había nada. Ni documentación, ni papeles, ni cartera, ni llaves. Nada.

Michael estuvo con la mirada fija en ella hasta que desapareció, esbozando una sonrisa socarrona y dando otro trago a la cerveza. Dejó caer la cabeza contra el respaldo del sofá y se acomodó, dejándose caer por él y abriéndose un poco de piernas.

Iban a ser unos días muy largos.

lunes, 9 de marzo de 2009

1. Motel room

Algo no iba bien.


Fue la certeza que tuvo en el momento de abrir el ojo, después del largo y tedioso esfuerzo que había llevado acabo para evitarlo. Pero ya era demasiado consciente de los ruidos de la calle, que percibía con absoluta claridad a través de la diminuta rendija de la ventana abierta que había a su derecha, por la que se colaba el aire frío de la mañana.


Giró la cabeza hacia esa dirección, topándose con una pared oscurecida por papel marrón y por la oscuridad reinante en la habitación en la que estaba, que le resultaba completamente desconocida. Tornó entonces hacia la izquierda y se encontró con el mismo papel barato que seguramente tapaba cientos de imperfecciones y grietas, y con un espejo desigual en el que podía ver su reflejo. Y se asustó. Se asustó de tal modo que se irguió en la cama de golpe, al verse con la frente vendada, un ojo parcheado, el labio hinchado y roto y con la mejilla derecha adquiriendo un matiz violeta oscuro.


Comenzó a palparse la cara con cuidado, encontrando, al hacer un giro inapropiado, con que tenía la muñeca izquierda seguramente torcida o rota, porque acababa de notar un fuerte pinchazo atravesándola de lado a lado. Eso, seguramente, podría explicar la venda que la rodeaba. Lo que no podía razonar era el sabor amargo a vómito y sangre que le poblaba el paladar.


Intentó recordar cómo había acabado así, pero sólo obtuvo una sucesión de imágenes demasiado rápidas y confusas como para poder hilarlas en una línea coherente. Lo único que consiguió fue un intenso dolor de cabeza que parecía querer competir con el de la mano.


Se dejó caer sobre la mullida almohada, vestida con una sábana que alguna vez fue de color crema y cerró los ojos, dejándose inundar por el ambiente que la rodeaba. El olor a naftalina que venía del armario desvencijado al otro lado del cuarto; a lejía desde las sábanas, viejas y desgastadas por el paso del tiempo; y a desinfectante del baño; le hicieron llegar a la conclusión de que estaba en una habitación de motel. Desde la calle le llegaba el sonido de los cláxones impacientes, de las alarmas y las sirenas de las ambulancias y los coches de policía, incluso le parecía percibir los pasos de la gente golpeando con fuerza y consistencia el asfalto bajo sus pies, como si les hubiese hecho algo malo. Debía de ser un lugar concéntrico, o al menos con bastante vida por la mañana, si bien sabía que por la noche no era así. ¿Un barrio problemático? ¿O era uno de oficinas?


De cualquier modo seguía siendo un misterio el cómo había acabado allí.


En ese momento escuchó la puerta abrirse de par en par y muy despacio, y se giró hacia el espejo sin separar los párpados, haciéndose la dormida para poder observar a la persona que entraba, si bien no sabía por qué debía hacer eso, pero algo dentro de su ser la estaba impulsando.


“Precaución” fue la palabra que la llenó.


Su mente fue contando cada uno de los pasos que daba, y calculó fríamente hasta que sintió que debía haber quedado frente al espejo. Lo escuchó abrir un cajón, seguramente de la pequeña cómoda que había bajo el cristal, y dejar algo de plástico sobre el mueble. Poco a poco fue separando los párpados, si bien no llegó a abrir el ojo del todo, y se encontró con una gabardina de color marrón oscuro cubriendo lo que parecía una espalda ancha y unos hombros fuertes. Por encima se dejaba ver una cabellera negra también, ondulada, cuyas puntas se perdían bajo el cuello del abrigo.


Desvió su mirada hacia el espejo, topándose con un hombre joven, no mucho mayor que ella, con un flequillo lacio que le cubría la frente estrecha y le llegaba hasta las pobladas cejas negras, que en ese momento se arqueaban en una mueca seria. Sus ojos estaban agachados, concentrados en lo que acababa de colocar sobre la cómoda, pero podía atisbar una cierta luz verdosa. No le pareció excesivamente guapo, pero tenía algo que le otorgaba un cierto aire de sensualidad que lo hacía tremendamente atractivo.


-Lo mínimo que deberías hacer cuando te despiertas a es agradecer a la persona que te ha salvado que lo haya hecho- su voz era ronca y áspera, seca, como si no estuviese acostumbrada a ser usada. Su mirada se desvió de reojo hacia ella- Y si vas a espiarme, hazlo con más cuidado.


Suspiró y se tumbó bocarriba.


Una silla se arrastró sobre el suelo de madera, y tras quitarse el abrigo, escuchó cómo se sentaba en ella, cruzándose elegantemente de piernas y sacando un paquete de cigarrillos del bolsillo de su gabardina. Extrajo uno de la cajetilla y la dejó sobre la mesita de noche que había bajo la ventana, rebuscando en sus bolsillos para dar con el mechero con el procedió a encender el pitillo sin preguntar primero.


Frunció el ceño y los labios.


“Qué tipo tan desagradable.”


Al ver su rostro, se limitó a levantar un poco la persiana y a dejar la mano a través de ella, permitiendo así que el humo se escapase de la habitación.


-Sigo esperando- comentó con desgana.


-Gracias- murmuró, sorprendiéndose de lo tremendamente pastosa que tenía la lengua y de lo mal que le sabía en ese momento toda la cavidad bucal.


-Eso está mejor- dio una calada y retomó su postura inicial- Me llamo Michael. Michael Elliot.


-¿Tienes dos nombres?- ironizó.


-Claro, porque tengo dos cabezas. Un nombre para cada una, no te jode- eso último lo susurró mientras volvía a llevarse el cigarro a los labios- Bromitas sexuales a parte, ¿tampoco piensas presentarte?


Intentó replicarle, pero no se le ocurrió nada que decir. Centró su ojo en el techo, agrietado y enmohecido, y sintió que la cabeza le iba a estallar todavía más que antes. Se llevó la mano buena a la frente y apretó, buscando mitigarlo con ese gesto. Michael no apartó la mirada de ella, terminando de fumarse el cigarro y lanzándolo por la ventana, acercándose a ella mientras echaba el humo sin despegar del todo los labios.


-Oye, ¿qué te pasa?


-Me duele la cabeza…


La cogió por la muñeca y la obligó a bajar el brazo.


-Normal. Tienes una contusión.


-No… pero… ha sido al pensar…


-¿Al pensar? ¿Qué tienes que pensar?


-Mi nombre…


-¿Tienes que pensar cual es tu nombre? ¿Es que eres idiota?


-No… es que… es que no me acuerdo de mi nombre- lo miró, con el ojo oscuro lleno de angustia y terror- No me acuerdo de nada…

domingo, 8 de marzo de 2009

Abyss


No sé si lo has notado tú también hoy en el coche, de camino a ninguna parte. Cada vez que intentábamos iniciar una conversación, cada frase larga y cada respuesta corta, era muestra de lo que nos cuesta mantenerla.

No sé si lo has sentido, ese frío que recorría el leve espacio que nos separaba cada vez que nos callábamos. Yo sí, lo notaba como una cortina de viento helado que se instauraba entre ambos y nos impedía continuar hablando. Tú con la vista fija al frente; yo con los ojos divagando entre el mar y el cielo, tan absorta que parecía estar contando las gaviotas que no estaban planeando.

¿Cuándo hemos acabado cada uno a ambos lados de un abismo? ¿Cuándo hemos permitido que se abriese a nuestros pies una zanja tan profunda que no soy capaz de ver el fondo?

Tenemos los pies al borde de él, y nos miramos fervientemente. Con cariño, con ternura; con todo el aprecio y el amor que hay entre nosotros desde siempre. Y sin embargo, ninguno de los dos se atreve a saltarlo. ¿Miedo a caer? ¿Dolor? ¿Frustración? ¿Desconfianza? ¿Por qué no eres capaz de venir a mi? ¿Por qué no soy yo capaz de ir hacia ti?

Te miro de reojo a mitad del viaje y pienso. ¿Te has sentido solo todo este tiempo? Cada palabra que he dicho en tu contra, ¿te ha dolido tanto como las que tú usabas para negarme cosas? ¿Te destroza tanto esto como a mi? ¿Sientes que nos estamos separando tanto como yo?

¿Entonces porqué ninguno dice nada?

¿Por qué nos callamos cuando hay tantas cosas que podríamos decirnos para solucionar todo esto?

¿Qué pasará cuando me marche?

¿Seremos capaces de salvar esa distancia y construir un puente para entendernos? ¿O tan sólo seguiremos cada uno a un lado, viendo como se ensancha sin movernos un ápice?

Me duele el pecho al pensar en todo esto. Me siento fría y apagada. Me duelen tus frustraciones; me da miedo preguntarte si eres feliz porque me aterra la respuesta, porque siento que me desharé en un mar de lágrimas, porque significará que la felicidad en la que me he sustentado todo este tiempo era nada.

No dejo de preguntarme qué hacer, qué decir, para solventar todo esto.

Entonces hablas de nuevo, y mi respuesta te hace reír, y eso es como un bálsamo para mi. Saber que sigues siendo capaz de sonreír de verdad es lo único que me deja pensar que quizás todavía hay madera suficiente para fabricar ese puente; me da pie a pensar que quizás algún día podremos arreglarlo y reírnos de todo el tiempo que estuvimos separados, mirándonos sin hacer nada.

Sólo espero que ese día no esté tan lejos como me temo...