lunes, 9 de marzo de 2009

1. Motel room

Algo no iba bien.


Fue la certeza que tuvo en el momento de abrir el ojo, después del largo y tedioso esfuerzo que había llevado acabo para evitarlo. Pero ya era demasiado consciente de los ruidos de la calle, que percibía con absoluta claridad a través de la diminuta rendija de la ventana abierta que había a su derecha, por la que se colaba el aire frío de la mañana.


Giró la cabeza hacia esa dirección, topándose con una pared oscurecida por papel marrón y por la oscuridad reinante en la habitación en la que estaba, que le resultaba completamente desconocida. Tornó entonces hacia la izquierda y se encontró con el mismo papel barato que seguramente tapaba cientos de imperfecciones y grietas, y con un espejo desigual en el que podía ver su reflejo. Y se asustó. Se asustó de tal modo que se irguió en la cama de golpe, al verse con la frente vendada, un ojo parcheado, el labio hinchado y roto y con la mejilla derecha adquiriendo un matiz violeta oscuro.


Comenzó a palparse la cara con cuidado, encontrando, al hacer un giro inapropiado, con que tenía la muñeca izquierda seguramente torcida o rota, porque acababa de notar un fuerte pinchazo atravesándola de lado a lado. Eso, seguramente, podría explicar la venda que la rodeaba. Lo que no podía razonar era el sabor amargo a vómito y sangre que le poblaba el paladar.


Intentó recordar cómo había acabado así, pero sólo obtuvo una sucesión de imágenes demasiado rápidas y confusas como para poder hilarlas en una línea coherente. Lo único que consiguió fue un intenso dolor de cabeza que parecía querer competir con el de la mano.


Se dejó caer sobre la mullida almohada, vestida con una sábana que alguna vez fue de color crema y cerró los ojos, dejándose inundar por el ambiente que la rodeaba. El olor a naftalina que venía del armario desvencijado al otro lado del cuarto; a lejía desde las sábanas, viejas y desgastadas por el paso del tiempo; y a desinfectante del baño; le hicieron llegar a la conclusión de que estaba en una habitación de motel. Desde la calle le llegaba el sonido de los cláxones impacientes, de las alarmas y las sirenas de las ambulancias y los coches de policía, incluso le parecía percibir los pasos de la gente golpeando con fuerza y consistencia el asfalto bajo sus pies, como si les hubiese hecho algo malo. Debía de ser un lugar concéntrico, o al menos con bastante vida por la mañana, si bien sabía que por la noche no era así. ¿Un barrio problemático? ¿O era uno de oficinas?


De cualquier modo seguía siendo un misterio el cómo había acabado allí.


En ese momento escuchó la puerta abrirse de par en par y muy despacio, y se giró hacia el espejo sin separar los párpados, haciéndose la dormida para poder observar a la persona que entraba, si bien no sabía por qué debía hacer eso, pero algo dentro de su ser la estaba impulsando.


“Precaución” fue la palabra que la llenó.


Su mente fue contando cada uno de los pasos que daba, y calculó fríamente hasta que sintió que debía haber quedado frente al espejo. Lo escuchó abrir un cajón, seguramente de la pequeña cómoda que había bajo el cristal, y dejar algo de plástico sobre el mueble. Poco a poco fue separando los párpados, si bien no llegó a abrir el ojo del todo, y se encontró con una gabardina de color marrón oscuro cubriendo lo que parecía una espalda ancha y unos hombros fuertes. Por encima se dejaba ver una cabellera negra también, ondulada, cuyas puntas se perdían bajo el cuello del abrigo.


Desvió su mirada hacia el espejo, topándose con un hombre joven, no mucho mayor que ella, con un flequillo lacio que le cubría la frente estrecha y le llegaba hasta las pobladas cejas negras, que en ese momento se arqueaban en una mueca seria. Sus ojos estaban agachados, concentrados en lo que acababa de colocar sobre la cómoda, pero podía atisbar una cierta luz verdosa. No le pareció excesivamente guapo, pero tenía algo que le otorgaba un cierto aire de sensualidad que lo hacía tremendamente atractivo.


-Lo mínimo que deberías hacer cuando te despiertas a es agradecer a la persona que te ha salvado que lo haya hecho- su voz era ronca y áspera, seca, como si no estuviese acostumbrada a ser usada. Su mirada se desvió de reojo hacia ella- Y si vas a espiarme, hazlo con más cuidado.


Suspiró y se tumbó bocarriba.


Una silla se arrastró sobre el suelo de madera, y tras quitarse el abrigo, escuchó cómo se sentaba en ella, cruzándose elegantemente de piernas y sacando un paquete de cigarrillos del bolsillo de su gabardina. Extrajo uno de la cajetilla y la dejó sobre la mesita de noche que había bajo la ventana, rebuscando en sus bolsillos para dar con el mechero con el procedió a encender el pitillo sin preguntar primero.


Frunció el ceño y los labios.


“Qué tipo tan desagradable.”


Al ver su rostro, se limitó a levantar un poco la persiana y a dejar la mano a través de ella, permitiendo así que el humo se escapase de la habitación.


-Sigo esperando- comentó con desgana.


-Gracias- murmuró, sorprendiéndose de lo tremendamente pastosa que tenía la lengua y de lo mal que le sabía en ese momento toda la cavidad bucal.


-Eso está mejor- dio una calada y retomó su postura inicial- Me llamo Michael. Michael Elliot.


-¿Tienes dos nombres?- ironizó.


-Claro, porque tengo dos cabezas. Un nombre para cada una, no te jode- eso último lo susurró mientras volvía a llevarse el cigarro a los labios- Bromitas sexuales a parte, ¿tampoco piensas presentarte?


Intentó replicarle, pero no se le ocurrió nada que decir. Centró su ojo en el techo, agrietado y enmohecido, y sintió que la cabeza le iba a estallar todavía más que antes. Se llevó la mano buena a la frente y apretó, buscando mitigarlo con ese gesto. Michael no apartó la mirada de ella, terminando de fumarse el cigarro y lanzándolo por la ventana, acercándose a ella mientras echaba el humo sin despegar del todo los labios.


-Oye, ¿qué te pasa?


-Me duele la cabeza…


La cogió por la muñeca y la obligó a bajar el brazo.


-Normal. Tienes una contusión.


-No… pero… ha sido al pensar…


-¿Al pensar? ¿Qué tienes que pensar?


-Mi nombre…


-¿Tienes que pensar cual es tu nombre? ¿Es que eres idiota?


-No… es que… es que no me acuerdo de mi nombre- lo miró, con el ojo oscuro lleno de angustia y terror- No me acuerdo de nada…

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